1 de febrero de 2010

Mi corazón no latía, estallaba al percibir que al menos él, con unas cuantas menos imperfecciones que yo, me quería en serio, por lo que no me haría daño, si pasaba que tuviésemos sexo y después saliera huyendo por sentirse asquerado. Así fue como no pude resistirme a sus caricias, que ahora se ubicaban en mi entrepierna, y al calor de sus besos húmedos. Aún sintiéndome una deformidad, él me deseaba como si no lo fuera. Besándonos, nos tiramos en el piso, sobre la alfombra. Con una mano me acariciaa los pechos por debajo de mi remera XXL, y con la otra me agarraba fuerte del brazo como para que no pudiera escaparme. Pensé que se iba a conformar con eso, pero no ... los hombres nunca se conforman con nada, no valoran nuestro esfuerzo. Porque, a decir verdad, estaba haciendo un esfuerzo, no por él, sino por mí. No quería que me tocara, aunque ardía de ganas, no quería que sus manos se hundieran en mis blandos rollos, no quería que viera la desagradable exhibición de grasa que observaba yo, de reojo no asquearme, cada día cuando me bañaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario